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B. Concepto

Los avances de la medicina y de la tecnología médica en el presente siglo permiten prolongar la vida de los individuos hasta límites que hace 20 ó 30 años hubiesen resultado imposibles. Las modernas disponibilidades la ciencia médica, mediante el apoyo de los fármacos y aparatos apropiados, pueden sostenernos con vida, más allá de la edad, la enfermedad o la gravedad de la condición en la que nos hallemos. Pero los avances de la medicina traen aparejados algunos efectos no deseados, como la prolongación de la vida, más allá de lo que puede ser compatible con una existencia en condiciones de dignidad personal. ¿Cuándo ocurre esto?

Imaginemos un caso bastante típico: el de un anciano que padece cáncer y está ya moribundo. Se halla molesto, consumido por la enfermedad, ya sin conciencia y lejos de sus seres queridos. Está en una Unidad de Cuidados Intensivos, rodeado de máquinas, monitores y aparatos. Está conectado a sondas, a agujas para suero clavadas en sus venas viejas y mortificadas, a tubos para alimentación que entran por su nariz, al tubo de un respirador, que sale por su boca seca y entreabierta. Y así permanecerá, con la sola compañía de los aparatos, durante varios días, tal vez semanas, sin posibilidad alguna de recuperación, y solamente esperando una muerte a la que no se le permite llegar. No es difícil pensar que esta persona debe tener un derecho a pedir un tratamiento menos intensivo, aun cuando ello implicase un acortamiento de su vida.

Este derecho resulta comprometido cada vez que contra todo diagnóstico y contra todo pronóstico se continúa con toda una serie de intervenciones médicas, generalmente con apoyo de la alta tecnología, para mantener unas ciertas funciones vitales (respiración, latido cardíaco, tensión arterial, función renal) que retardan la de otra manera segura e inminente muerte. Es preciso comprender porqué esto ocurre, incluso con alguna frecuencia. ¿Por qué se extiende el tratamiento cuya única eficacia es la de prolongar la agonía? Retirar un tratamiento ineficaz no siempre es fácil.

En primer lugar, suele continuarse por inercia: el tratamiento muy agresivo es instituido bien en momentos en que el diagnóstico y el pronóstico son poco claros, bien cuando científicamente se piensa que puede haber una evolución favorable hacia la recuperación de la salud. Posteriormente, cuando el diagnóstico es más afinado y cuando el pronóstico es fatal, resulta ya muy difícil de retirar el tratamiento ya establecido.

Otra causa por la que se continúa el tratamiento suele ser el temor de los médicos y del sistema sanitario a verse envueltos en procesos judiciales por haber retirado el tratamiento. Tales procesos tendrían pocas posibilidades de prosperar, dado que se trataría de la retirada de un tratamiento ineficaz; pero el temor existe, y debe ser señalado como una causa.

En tercer lugar, los médicos suelen ser reacios a retirar el tratamiento porque una decisión de este tipo impone sobre el médico un el peso de una responsabilidad que difícilmente puede (y debe) sobrellevar él solo, individualmente. El médico se encuentra sólo ante una decisión que es trascendente y que no está exenta de dramatismo. Si no cuenta con la suficiente orientación y apoyo (de la familia del moribundo, de sus colegas, del Comité de Ética), no puede pretenderse que la afronte por sí mismo.

Por fin, otra causa frecuente es la oposición a la retirada del tratamiento por parte de la propia familia del moribundo. Esto ocurre debido a la dificultad para aceptar la muerte de un ser querido.

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