
        
        Carta abierta a Fidel
        Castro
        São Félix do Araguaia, 10 de diciembre de
        1996
        
 
        
Fidel:
        
Una vez más recibo invitación de Cuba y una vez más
        he de contentarme con enviar un mensaje. De corazón, eso sí.
        
Hoy te lo dirijo a ti, personalmente y tuteándote,
        para quitarle hasta el menor atisbo de ceremonia. Como corresponde a
        compañeros de luchas y de esperanzas.
        
Espero no escandalizar demasiado ni a la dereha ni a
        la izquierda.
        
Estos días has sido noticia mayor, también en
        Brasil. Con titulares como éste: «Un ateo en el Vaticano».
        
Y de eso quería hablarte, a ti y a todos los compañeros
        y compañeras que están ahí en esta hora histórica de tus 70 años,
        del proceso cubano y de la macrodictadura neoliberal.
        
Recuerdo, todavía con emoción, la carta que te
        entregamos, en 1985, Betto, los hermanos Boff y yo, escrita para ti por
        el patriarca de la Solidaridad y los Derechos Humanos, el cardenal Paulo
        Evaristo Arns, arzobispo de São Paulo. «Aunque Vd. se declare i
        ncreyente -te decía él- yo le pido que rece por mí...».
        
Fidel, a estas alturas de tu vida y la mía y de la
        marcha de nuestros pueblos y de las iglesias más comprometidas con el
        Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo
        tiempo creyentes y ateos.
        
Ateos del dios del colonialismo y del imperialismo,
        del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para
        las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes,
        por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un
        mundo humano único, en la Dignidad respetada por igual de todas las
        personas y de todos los pueblos.
        
Con esta fe, abrazo a todo el pueblo de Martí, en la
        esperanza de su victoria sobre el bloqueo inicuo, en la defensa de sus
        conquistas sociales y en la consolidación de una democracia sin
        privilegiados y sin excluidos, con Pan y con Espíritu, con Justi cia y
        con Libertad; en la hermosa patria de la Isla y en toda la Patria Grande
        de Nuestra América.
        
No te doy la bendición porque tengo dos años menos
        que tú y es a los mayores a quienes corresponde bendecir...
        
Te abrazo, como compañero de camino.
        
 
        
Pedro Casaldáliga,
        obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil