Diario La Nacion, 30/7/00
http://www.lanacion.com/00/07/30/o05.htm
Editorial "Escrache" en el
museo
La práctica del "escrache",
ejercitada con frecuencia en nuestro país por los miembros de la agrupación
Hijos, tiene un curioso parecido con la que utilizaban los activistas del
nazismo en la Alemania de los años 30 cuando marcaban con una cruz las casas en
las que vivían los judíos.
En efecto: los esbirros de
Hitler recorrían los barrios en los que sospechaban que podía habitar un miembro
de la etnia aborrecida y cuando lograban identificar su domicilio particular o
comercial le dejaban una marca en la puerta.
La intención era doble: por
un lado, notificaban a todo el vecindario que allí vivía un judío, con lo cual
lograban que a éste se le hiciese difícil, de ahí en más, la vida en su barrio;
por el otro, le dejaban al interesado en su propia puerta un símbolo amenazante,
un anticipo de lo que tarde o temprano iba a pasarle.
Los integrantes de la
organización Hijos se dedican a identificar el paradero de las personas
supuestamente responsables de haber colaborado con los grupos de tareas que
practicaron el terrorismo a domicilio durante el último gobierno militar y les
organizan una suerte de clarinada frente a su casa, a la vez que dejan marcas o
señales en el lugar a fin de que el vecindario se entere de que en ese edificio
reside un personaje aborrecible.
El jueves último hubo un
"escrache" en un lugar poco habitual: la sede del Museo Nacional de Bellas
Artes. La destinataria de la demostración de repudio fue la presidenta de la
asociación Amigos de esa institución, Nelly Arrieta de Blaquier, señalada como
supuesta responsable de haber provocado en 1976 el secuestro y la desaparición
de 400 obreros y militantes barriales en la provincia de Jujuy.
Que la agrupación Hijos
utilice metodologías de antigua prosapia nazi suena a ironía -o sarcasmo- de la
historia, dada la filiación ideológica del grupo. Aunque, si se lo mira bien, el
asunto no debe sorprender: los violentos de todos los pelajes se parecen
inquietantemente unos a otros.
En el caso de la señora de
Blaquier, el episodio tuvo una derivación inesperada: puso al desnudo el
desembozado oportunismo del director del museo, Jorge Glusberg, quien aprovechó
la "volada" para exigir la renuncia de la titular de la asociación Amigos, con
quien mantiene un largo y enojoso pleito burocrático-político.
Por lo demás, la principal
víctima del "escrache" resultó la escultura "Clamor a la fraternidad" de Luis
Arata, sobre cuya dura piel se practicó desaprensivamente toda clase de leyendas
y pintadas, sin que se tenga noticia de que el director del museo -responsable
obvio del patrimonio de la institución- haya manifestado su disgusto. Al
contrario, lo que se sabe es que Glusberg confraternizó amablemente con los
revoltosos y hasta colaboró con ellos para indicarles el domicilio exacto en el
que debían efectuar su simbólico gesto de repudio. |