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D16.14.5. REFLEXION Y ANALISIS
Las cárceles constituyen un enorme núcleo de problemas. La reinserción social del delincuente es un objetivo para muchos presos inalcanzable con las actuales condiciones penitenciarias. Recientemente se está planteando la imposibilidad de los establecimiento carcelarios para reeducar al delincuente. Así lo afirma Roberto Bergalli:

Mas la actualidad de la vida penitenciaria en España... ha demostrado ya de manera irrefutable, pese a los esfuerzos que puedan hacer la administración central como las autonómicas que tienen competencias asumidas en este campo, que la realidad degradante y corruptora de la cárcel impide de cualquier manera poner en práctica medidas institucionales que tiendan a paliar las falencias sociales y asistenciales en el camino del retorno de los internos a la vida en libertad. (11)

En el mismo sentido se expresa el penalista Muñoz Conde (12):

El establecimiento penitenciario tradicional, tal como hoy existe y tal como se concibe en la Ley General Penitenciaria (establecimientos cerrados, establecimientos de máxima seguridad, etc.) no es, desde luego, el lugar idóneo para la terapia social y el tratamiento. Más bien sucede lo contrario, fomenta la delincuencia y produce la desocialización de las personas que e ellos entran.

Un estudio de Valverde Molina denuncia las graves condiciones de las instituciones carcelarias (13):

La cárcel es profundamente limitadora, no sólo para la mente y la vida social del preso sino también para su propio cuerpo. El ser humano, tanto a nivel mental como social y biológico, no está hecho para vivir en cautividad...En primer lugar, el hacinamiento en que vive el preso, y el espacio reducido inciden profundamente en su existencia.
... ...

El preso no sólo vive en la prisión, sino que se ve obligado a "vivir la prisión" permanente y obsesivamente. (14)

En segundo lugar, como la institución penitenciaria es una estructura poderosa frente a la cual el recluso se vivencia a sí mismo como débil, para mantener unos mínimos niveles de autoestima, se ve obligado a autoafirmarse frente a ese medio hostil. Dadas las características de la prisión y la evolución de su "aventura biográfica", frecuentemente adoptará una autoafirmación agresiva, desarrollando una fuerte hostilidad hacia todo lo que tenga alguna vinculación con la institución.(15)

Sólo si el recluso mantiene su firmeza frente a los intentos de "reformarle" -no mediante una intervención recuperadora, humanizada y personalizadora, sino "sometiéndole", con una gran dosis de violencia institucional- logrará conservar su autoestima; y ello va a ser frecuentemente el parámetro esencial de la manera en que establezca sus relaciones con la institución penitenciaria. Sin embargo, esta situación llevará a un endurecimiento del régimen penitenciario y, paralelamente, a nuevas autoafirmaciones cada vez más agresivas.(16)

Otros presos adoptan una postura de sumisión a la institución, como es el caso de los violadores, que son rechazados por los presos. Entre los dos extremos, enfrentamiento y sumisión, oscilan las formas de adaptación del preso a la cárcel. Entre los mismos presos se desarrollan relaciones de dominio o sumisión.

Otras características de la vida del preso son: estado permanente de ansiedad, ausencia de expectativas de futuro, ausencia de responsabilidad, pérdida de vinculaciones con las personas con que convivía, alteración de la afectividad, anormalización del lenguaje, drogadicción habitual.

La droga se utiliza para evadirse de la realidad de la cárcel, para enfrentarse a la cárcel pues está prohibida y para evitar la ansiedad. La droga acaba destruyendo al individuo, creando relaciones de poder y empujando al preso a enfermedades como el SIDA y la hepatitis. Esta situación es grave actualmente en España.

"Según estadísticas de 1990 del Ministerio de Justicia, el 46,9 por 100 de todos los reclusos eran adictos a las drogas" (17).

En relación al SIDA, "no existe un examen general de SIDA en la población penal. Los reclusos que son seropositivos pero no tienen síntomas viven dentro de la población general; quienes están enfermos son trasladados a la enfermería o a un hospital. En al menos una prisión se nos dijo que a los reclusos que portan anticuerpos todavía se les permite las visitas conyugales y que a sus compañeros o compañeras no se les informa sobre la infección. En la cárcel de Carabanchel en Madrid, los reclusos reciben condones de la prisión como parte de su abastecimiento mensual de artículos de higiene personal y se les alienta a usarlos" (18)

Todas estas afirmaciones confirman la necesidad de la reforma del sistema penal para conseguir evitar delitos y rehabilitar delincuentes.

Michel Foucault llega a afirmar, cuestionando todo el sistema penal: "La prisión no puede dejar de fabricar delincuentes" (19)

Por otra parte, el trabajo penitenciario se ha concebido como un instrumento adecuado para la reinserción social del preso. Así lo entienden diversos autores como Heriberto Asensio Cantisán (20) y José L. de la Cuesta Arzamendi.(21) Esta doctrina concibe el trabajo como un derecho del recluso. Este se plantea no sólo en el interior del recinto carcelario sino como un medio de incorporación a la vida social.

Sin embargo, ésta incorporación tropieza con serios obstáculos legales y sociales.(22)

En muchos casos se le ha inhabilitado a ejercer los empleos, cargos públicos y honores que disfrutaba antes. Por otro lado, a los funcionarios se pueden aplican penas disciplinarias muy severas como es la separación del servicio. En tercer lugar, le afecta el régimen de antecedentes penales. Y todo ello al margen de los perjuicios que en su imagen y en la consiguiente aceptación social experimenta quien ha sido privado de libertad.

"Investigaciones criminológicas extranjeras permitan afirmar que, cuando menos, esta suposición no es aventurada: el método seguido por Schwartz y Skolnick, de presentar a 100 empresarios casos ficticios de demandas de trabajo y la consiguiente respuesta de aquéllos, rechazando al que en cualquier otro caso hubiera sido el candidato ideal porque entre sus antecedentes figura un pasado carcelario, no es, desde luego una puerta al optimismo. A idénticas conclusiones llegan los estudios de Glaser sobre desocupación de la población ex reclusa, o de Schünemann sobre pérdida de categoría laboral de quienes, excepcionalmente, encontraron trabajo después de cumplir una pena privativa de libertad".(23)

La ley prevé una acción asistencial que es competencia de la Comisión de Asistencia Social para reintegrar al liberado, fomentando su trabajo. Sin embargo la acción se limita a facilitarle los medios necesarios para llegar a su residencia y subvenir sus primeros gastos.

Por otra parte, en España, en la misma prisión hay escasas oportunidades de trabajar. "Según el secretario general de Asuntos Penitenciarios, de los 36.000 reclusos, unos 6.000 tienen algún tipo de trabajo en prisión. La mayoría de estos trabajos no son remunerados y, según funcionarios sindicales, sólo el 5 por 100 de los reclusos españoles tienen trabajos remunerados".(24)

La realidad muestra pocas oportunidades para la reeducación que legalmente inspira el sistema penitenciario.

Queremos concluir abriendo un interrogante. Los presupuestos estatales se quedan escasos para atender las múltiples demandas de la sociedad: seguridad social, transportes públicas, vías de comunicación, mejora de la justicia. La reforma de las cárceles requiere dinero.

Al mismo tiempo, la rehabilitación se cuestiona cuando es la institución que legitima el actual sistema penal. Los psicólogos hablan de presos que siempre van a delinquir. Se cuestionan socialmente los permisos penitenciarios que ya han costado la vida a algunas personas. Se reclama el endurecimiento de las penas y la pena de muerte para asesinatos especialmente perversos.

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