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REFLEXION Y ANALISIS

El derecho a la libertad de cátedra tiene una enorme importancia, pues desde ella puede y debe denunciarse las contradicciones propias de todo sistema jurídico- político. Una de esas contradicciones es la violación de los Derechos Humanos. Ello forma parte de la actividad científica -entendida en su sentido más amplio- en cuanto que ésta, implica esencialmente una labor crítica; entendiendo por crítica aquí en varios sentidos o acepciones: en el sentido más genérico de búsqueda de la verdad -de lo que realmente es-, como en el sentido más específico de denuncia de aquellas formas de pensamiento e instituciones que no se compadecen con ella y que están enmascarándola o secuestrándola.
El derecho a la libertad de cátedra es un elemento imprescindible en la educación para los Derechos Humanos, pues sólo en un régimen que lo reconozca será posible el análisis y difusión de aquellos.
En el marco de una educación participativa, donde se favorezca el diálogo simétrico entre educador y educando, y la misma dinámica bidireccional pueda permitir eventuales cambios de roles, la libertad de cátedra podrá verse vinculada a libertad de comunicación o de información y no sólo a la libertad de expresión.
La libertad de cátedra, abiertas las puertas de la acción comunicativa, se constituye se constituye en un elemento esencial para la realización efectiva de los Derechos Humanos.
Por eso, los regímenes totalitarios, tan propensos a atacar todas las libertades, entre ellas la libertad de expresión y el derecho a la información, se ensañan, aún más si cabe, con la libertad de cátedra. La Doctrina de la Seguridad Nacional en Latinoamérica llegó incluso a prohibir no sólo algunas cátedras, sino Facultades íntegras tales como Sociología, Psicología y otras ciencias sociales, apelando para ello desde la cesantía hasta la desaparición forzada de catedráticos y funcionarios.
Pero tan importante como es para un régimen autocrático impedir la libertad de cátedra, es para un régimen democrático defenderla y promoverla en todas los ámbitos y niveles posibles. De modo que no sería arriesgado afirmar que el nivel de respeto y promoción de la misma, marca el nivel de democratización de una sociedad.
Porque lo que constituye el núcleo ético mítico de toda cultura -diría Ricoeur- es un conjunto de valores y actitudes que se van comunicando de generación en generación. Y una de las vías privilegiadas para esta comunicación lo constituye la educación sistemática impartida desde las cátedras.

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