A. Origen y evolución histórica
Durante el surgimiento de la Revolución Industrial, los grandes
patronos industriales aplicaron al trabajo sin ninguna limitación
la ley de la oferta y la demanda. Para ello se aprovecharon de la gran
oferta de trabajo existente disminuyendo los salarios. Los beneficios obtenidos
eran cuantiosos, por lo que algún autor señalaba, que lo
máximo que los industriales concedían a los trabajadores
eran exhortaciones acerca de su deber de contentarse con sus salarios y
con el hospital. Toda la obligación del patrono respecto del trabajador
se reducía a pagarle la cantidad "libremente estipulada".
Se reconoce dentro de las primeras personas que aplicaron la fórmula
de la participación de los obreros en los beneficios de la industria
al pintor francés Edme-Jean Leclaire. Este fue hijo de un pobre
zapatero de Yonne que gracias a su esfuerzo se convirtió en director
de una empresa de pintura.
Se señala anecdóticamente, que Leclaire reunió
el 13 de Febrero de 1843 a los 40 obreros que formaban parte de su industria
y volcó en la mesa, ante sus ojos atónitos, un saco que contenía
12.200 francos en escudos de oro y que les correspondían como participación
en el beneficios obtenidos en el negocio. Se afirma que Leclaire, en su
innovación, tuvo en cuenta sus intereses personales como forma de
evitar las huelgas y conflictos con su personal.
Durante la consolidación del capitalismo y frente al paradigma
liberal dominante de la época, se desarrolló un movimiento
paralelo, sensible a la situación de explotación en el trabajo.
En Francia, Saint-Simón fundó una escuela, cuyas doctrinas
utópicas ejercieron gran influencia en la opinión de la gente
de su tiempo. Los pensadores Charles Fourier, Louis Blanch también
en Francia y Robert Owen en Inglaterra, se mostraron preocupados, al decir
de uno de ellos, "de las atenciones y cuidados que concedía el patrono
a los instrumentos inertes del trabajo y de lo poco que atendía
a los instrumentos animados". Estos hombres no veían la resolución
del problema industrial sino en la desaparición del patrono. Consideraban
inútil toda tentativa de mejorar una organización tan profundamente
dañada, así como pedir simpatías por el obrero a patronos
endurecidos por el egoísmo. Había pues, en su opinión,
que asociar a los obreros de modo que fuesen ellos mismos sus propios patronos.
Llevado a la práctica por Owen en sus establecimientos de New Lanark,
este intento autogestionario de los obreros fracasó. Por lo que
se buscó un método intermedio en el que el obrero viniese
a ser parcialmente un socio del patrono. Para ello se ideó una asociación
ni ordinaria ni semejante a la que forman dos patronos en una sociedad
de razón colectiva. Se buscó solamente para los obreros una
participación en los beneficios pretendiendo así corregir
la injusticia en el marco de las relaciones de trabajo. Esta fórmula
que fue llevada a la práctica por Leclaire tuvo también gran
eco en Inglaterra. Así en 1867 los señores Briggs, patronos
de una importante mina de hulla propusieron a sus 1300 obreros, asociarlos
a sus beneficios. Este ensayo dio buenos resultados durante un tiempo,
apaciguando los conflictos y cesando las huelgas. En 1878 en Francia, con
motivo de la exposición universal, el Ministro del Interior abrió
una información sobre las instituciones de previsión y ahorro
y entre ellas sobre la participación en los beneficios. El 30 de
mayo de 1879 autorizó el gobierno la constitución de una
sociedad para el estudio y propagación de la participación
en los beneficios. Pese a que este sistema fue objeto de una activa propaganda,
a fines del siglo XIX, a través de revistas, periódicos,
congresos, comisiones parlamentarias, oradores y publicistas; fue pequeño
el número de establecimientos industriales que lo adoptaron. Sus
partidarios más autorizados en esa época no quisieron que
sus destinos se deban sino a la acción libre de la iniciativa individual.
Fracasaron los muchos proyectos de ley encaminados a reconocer el nuevo
sistema.