Anterior Siguiente
C2.1.5. REFLEXION Y ANALISIS

He aquí un derecho cuyo incumplimiento es más extendido de lo que se presume, que puede hacernos descender a los infiernos dantescos. Piénsese en los campos de exterminio nazis o los instalados por la Doctrina de la Seguridad Nacional en los países latinoamericanos, africanos y asiáticos, en cuya puerta podría haberse leído: "los que entráis aquí perded toda esperanza", como Sábato parafraseaba a Dante en su Informe "Nunca Más".

Lamentablemente, la tortura es uno de los instrumentos de abuso de poder más antiguo que se conozca, no sólo estados despóticos sino también regímenes democráticos han apelado a él. Incluso se podría recordar a la inquisición romana o la española, como instituciones eclesiales que hicieron uso de mecanismos muy semejantes a los descritos en la resolución de la ONU de 1975, y aunque los fines hubieran sido diferentes, nunca serán justificables. Otro tanto podemos decir de prácticas igualmente aberrantes que puedan darse entre particulares, aunque ello puede deberse a la mera patología severa de uno o ambos intervinientes. Pero lo que resulta todavía más repudiable es que en la actualidad, según el último informe de Amnistía Internacional cientos de Estados -incluso signatarios de la Convención contra la tortura- continúan con estas prácticas.

Imaginemos escenas terroríficas como niños torturados delante de sus padres, o a la inversa. Mujeres parturientas, etc. etc. La sola mención de los casos parece golpear nuestra sensibilidad, pero lamentablemente también en esto el hombre supera infinitamente al hombre, la realidad supera la fantasía y los métodos se van haciendo cada vez más sutiles y eficaces.

Simone Weil sentenciaba que quienes sabiendo de una injusticia no la denuncian, pueden ser hasta más responsables que quienes la comenten, porque éstos al menos se arriesgan a la sanción, mientras quienes nada hacen para evitar que esto ocurra, o para sancionar a quienes hubieran incurrido en el delito, son unos pusilánimes que no se arriesgan a nada. También podemos pensar en aquellos versos de Bertold Brecht que terminan "ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde".

Nos encontramos con un hecho cultural -en cuanto hecho por el hombre- que es la antípoda de las sinfonías de Behetoven, o de cualquier obra musical, aunque satánicamente se las emplee para tapar el grito de las víctimas. Pero como todo lo que el hombre hace vuelve sobre lo que el hombre es: mientras el músico crece con su obra, el torturador destruye su integridad moral, mientras atenta contra la integridad física o psíquica de su víctima. El victimario, una vez que destruyó su dignidad moral, no sólo queda desmoralizado, sino que se transforma en un amoral, condición inferior a la de los animales que no pueden acceder al nivel de la moralidad responsable. Dostoievsky, en Crimen y Castigo sabe presentar estas dimensiones de lo humano magistralmente.

Acaso desde esta perspectiva pueda entenderse la rotundidad de la prohibición propuesta -que no impuesta, por falta de un poder coactivo eficaz- por la Organización de Naciones Unidas. Y la relevancia otorgada por el derecho internacional en el tratamiento del tema.

Conviene concluir recordando que cuando las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, y fueron detenidos una serie de sospechosos, el Jefe de Policía Della Chiessa recibió la sugerencia de torturar a alguno de ellos para obtener una confesión o datos relevantes que aclaren el magnicidio, a lo que respondió: "Italia puede permitirse perder a Aldo Moro, pero no la reimplantación de la tortura".

Anterior Siguiente