D16.11.1. DESDE LA REALIDAD
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"El chirrido de los frenos rompió el silencio de la madrugada en
el suburbio carioca. Las portezuelas del coche se abrieron, y dos niños
negros, descalzos y semidesnudos, se bajaron y comenzaron a correr, con
las manos atadas a la espalda con alambres. No llegaron muy lejos, cuatro
hombres se bajaron rápidamente del automóvil y descargaron
sus armas sobre ellos. Antes de volver al vehículo, los verdugos
se acercaron a los cuerpos pequeños y esmirriados y les pusieron
en las manos sendas hojas de papel. Enseguida el coche partió. Al
despuntar el alba los vecinos encontraron un solo cadáver y en sus
manos un papel explicaba, "Estoy muerto porque soy un ladrón y nunca
iba a dejar de serlo". Quién relató el crimen fue la otra
víctima Gerson Antonio Da Silva que salvó milagrosamente
su vida.
Gerson es uno de los siete millones de menores abandonados que, según
las estadísticas del gobierno, viven en las calles y plazas de las
grandes metrópolis brasileñas, donde sobreviven cuidando
vehículos, asaltando viandantes, lustrando zapatos, pidiendo limosnas,
prostituyéndose o sirviendo a los narcotraficantes como vigías
o correos de la droga.Estos niños son las víctimas preferidas
de los escuadrones de la muerte, grupos paramilitares que surgieron para
eliminar a los enemigos de la dictadura de 1964-1985. Hoy, desempleados,
trabajan al servicio de comerciantes para eliminar a delincuentes o meros
sospechosos; y, en algunos casos, también prestan servicios a los
traficantes de drogas.
Durante los primeros diez meses de 1991 los grupos de extermino mataron
a 340 niños y adolescentes callejeros. Una comisión parlamentaria
que investigó esta dramática situación concluyó
que desde 1987 los escuadrones de la muerte mataron por lo menos a 7000
niños y adolescentes.
Así son arrojados a la calle por la disgregación familiar
generada por la miseria, son oriundos de las ciudades satélites
de grandes metrópolis o bien de las favelas, se alejan de sus hogares
en busca de comida o escapando de los conflictos familiares, del abandono
en el propio hogar. Las escuelas públicas no los reciben, so pretexto
de que no existen oficialmente, pues no tienen domicilio ni documentos.
En realidad son sumamente conflictivos y ya han fracasado numerosos intentos
de integración.
Sin familias, sin papeles y sin derechos, los pequeños son utilizados
como objetos descartables por policías corruptos o narcotraficantes.
En las favelas, en terrenos baldíos de los barrios periféricos
de ciudades satélites, de metrópolis como Río de Janeiro,
como Baixada Fluminense, una de las más violentas del mundo, florecen
los cementerios clandestinos, donde los "justicieros" entierran a sus víctimas.
A veces dos pedazos de maderas atadas con alambres en forma de cruz son
el único recuerdo, o son arrojados a fosas comunes o permanecen
en la nevera del Instituto de Medicina Forense pues la Ley brasileña
no permite inhumar los cuerpos sin identificación.
Durante su corta existencia, los niños de la calle, seres sin
nombre, sin derechos y sin registro legal, permanecen al margen de la familia,
la escuela y la sociedad." (1)
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"Unos 15 millones de niños menores de cinco años mueren al
año en todo el mundo, según los datos que constan en el estudio
sobre la infancia correspondiente a 1993 elaborado por UNICEF. De estas
muertes 12,9 millones pertenecen al mundo subdesarrollado y tres millones
a las áreas desarrolladas. Casi el 60% de estos quince millones
de muertes infantiles anuales están causadas por tres enfermedades:
la neumonía, la diarrea y el sarampión, para las cuales existen
medios de prevención y tratamiento de fácil acceso y de coste
asequible.
La deficiencia de vitamina A, que supone una grave amenaza para 10
millones de niños, podría controlarse con un tratamiento
que no supera un coste de 15 pesetas por niño y las deficiencias
de yodo, causa de la mayor parte de los retrasos mentales, podrían
eliminarse con un gasto total de 10.000 millones de pesetas." (2)